Santa Cruz de Tenerife se movió ayer al
son de los bailes típicos del Carnaval. No hubo comparsas, ni batucada,
pero no faltaron las plumas, las lentejuelas, los trajes coloridos, ni
las mascaritas. Un centenar de bolivianos mostró ayer en la capitalina
Plaza de la Candelaria su folclore tradicional que todos los años anima
el Carnaval de Oruro, nombrado Patrimonio Intangible de la Humanidad por
la Unesco.
Este Carnaval boliviano agitó la quinta edición de Ven
a Santa Cruz, iniciativa que abre los comercios de la capital los
primeros domingos de cada mes.
Las altas temperaturas y el comienzo de
las vacaciones para muchos, al coincidir con el primer fin de semana de
agosto desanimó a los tinerfeños para pasear por sus calles. Verónica
García acudió con sus sobrinas para pasar un domingo diferente y además
de comprarles un collar a cada una terminaron el día compartiendo una
hamburguesa en el McDonald´s. En la Calle Castillo paseaban María Isabel
González y su hija Noelia Díaz, que llegaron de La Palma y aprovecharon
las tiendas abiertas para hacerse con algunas compras en la recta final
de las rebajas. Mientras una batucada animaba la poca asistencia de
público en la Calle Castillo, donde estaban abiertas casi todas las
tiendas, el silencio reinaba en una cerrada Calle del Pilar.
Aún
así, los bolivianos que viven en la Isla quisieron demostrarle a sus
vecinos santacruceros su ritmo y sus tradiciones. Medio centenar de
bolivianos fueron los encargados de abrir la jornada festiva con una
representación de la danza de los Caporales San Simón. "Yo bailaré hasta
que me muera" decía la canción con la que se movían sensuales el grupo
de chicas, mientras que los hombres hacían acrobacias.
Esta danza
arrastra fuertes raíces africanas en su estilo, ya que el sonido de los
cascabeles en los pantalones de los varones quiere rememorar el sonido
de los grilletes y las cadenas de los negros que fueron llevados por los
españoles a Bolivia para trabajar en la zona de Las Yungas, en La Paz.
"El
ritmo primario que nace de estos esclavos es la saya afroamericana que
acaba transformándose con el paso de los años hasta llegar a convertirse
en el baile de Los caporales", explicó el coordinador de los
bailarines, Víctor Hugo Alcántara. Este boliviano que lleva 9 años en la
Isla comentó que tras los movimientos acrobáticos, esas patadas al aire
acompañadas por gritos de euforia, se esconde el peso de un arte
marcial. Junto a estos ágiles esclavos se mueven las cholitas, que
representan a las mujeres de los capataces y ponen la parte sensual y
femenina al baile con su vestuario y sus movimientos.
Para Víctor
Hugo Alcántara representar este baile en la ciudad en la que vive
significa mucho, ya que quiere mostrar su cultura a sus actuales
vecinos. Entre los asistentes, además de la amplia comunidad boliviana
que reside en la Isla, muchos tinerfeños descubrieron por primera vez
este baile, del que muchos no habían oído ni hablar y ni mucho menos ver
bailar. "Es muy bonito, esta actividad sirve para enriquecerse
culturalmente" destacó la santacrucera Marta Rodríguez.
El sonido
de los esclavos también se hizo notar en el baile de La Morenada que
movió ayer a 76 ciudades de todo el mundo para conseguir un récord
guinness, bajo el título Morenada 100% Boliviana: por la paz mundial y
el Respeto a la Cultura Boliviana.
En la capital tinerfeña la
Banda Asociación Unión y Amistad, dirigida por Marcos Pérez Rosales, le
puso música a esta sátira en forma de baile que narra la conquista de
los españoles cuando llegaron a América. Con un traje de color azul,
repleto de flecos y con una llamativa careta plateada, Mario Yucanchi,
dio vida a uno de los esclavos que sacan la lengua por culpa del calor
de Potosí, donde trabajaban en las minas. Más de medio centenar de
bailarines quisieron remarcar ayer el origen boliviano de esta danza,
que muchos países limítrofes defienden como suya. Los bolivianos
residentes en la Isla apoyaron ayer esta tradición que cuenta la
historia de la colonización española al son de la matraca, instrumento
que saca un al sonido similar al de las cadenas de los antiguos
esclavos, comentó Yucanchi.
La ropa de cada uno de los bailarines s
representa a una clase social diferente, los que van de blanco dan vida
al Achachi galán, los capataces y la nobleza. Las chicas, que bailan
con botas altas y minifalda representan a sus novias o parejas, mientras
los niños interpretan a los enviados del Rey y las cholas, las mujeres
con gorra y mantilla, dan vida a las mujeres de los terratenientes. Los
que esconden sus caras tras una careta son los esclavos y los capataces,
con la diferencia de que unos sacan la lengua por el cansancio y otros
no porque el mandar siempre ha resultado menos agotador.
"Ya era
hora que se hicieran sentir los bolivianos de la Isla", afirmó Luisa
Valle unas de las bolivianas que residen en Tenerife desde hace 13 años
quien explicó que las bailarinas llevan un escudo con los colores de
Bolivia, el rojo que representa la sangre, el amarillo, el oro y el
verde, la riqueza vegetal de un país que también tiene Carnaval.
La Opinión de Tenerife
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