• jueves, 29 de agosto de 2013

    La Virgen de Urkupiña, una tradición de fe y esperanza que recorre los barrios de Salta Argentina

    Nuestra Señora de Urkupiña sabe tanto de espiritualidad personal como de religiosidad colectiva, de recogimiento piadoso como de ámbito festivo. La “mamita” de Urkupiña también ha escuchado las plegarias más apasionadas, más profundas y más estremecidas, que pueden brotar de la esperanza o la desolación, pero siempre surgen de la fe.

    Asimismo, ha visto llegar a su templo en Quillacollo (Cochabamba, Bolivia) peregrinos con el corazón entorpecido por el dolor o el agradecimiento, venidos de lejanas latitudes y que como brazos de un generoso río confluyen y marchan juntos, durante la procesión en su honor, cada 15 de agosto. O ha bendecido a vecinos integrados y alegres, que danzan por los barrios y le ofrecen su mejor vestido, sus más elaborados platos, sus más preciadas intenciones.

    ¿Qué representa para los fieles esta advocación mariana, este fenómeno a veces incomprendido que ya se instaló entre los salteños? La fe es un acontecimiento, un enigma más allá de todo poder y voluntad. Y los devotos de la Virgen de Urkupiña coinciden en que la única perspectiva posible para desentrañar el fenómeno es pensarlo y vivirlo desde la fe.

    El origen del culto

    La página inicial de este relato se escribió hace más de 300 años. Así como las vírgenes de la Candelaria, Fátima o La Salette se aparecieron a niños pastores, también la Señora de Urkupiña elegiría a una infante con idéntica misión que su hijo: guardar, guiar y apacentar ovejas. Así, la tradición oral narra que en la época colonial, cuando Quillacollo formaba parte de la provincia de Tapacarí, una niña que pastoreaba ovejas se encontró con una deslumbrante señora que cargaba un hermoso niño en sus brazos y que se convirtió en su amiga.

    Con sus ojos y corazón de niña intactos, ella asimiló este hecho con toda naturalidad. La señora dialogaba con ella en quechua y algunas veces el niño, que se encontraba siempre en el regazo de su madre, jugaba con la pastorcita. La niña no tardó en contar lo sucedido a sus padres, quienes acudieron por consejo al “doctrinero” (nombre del cura párroco en ese entonces y que devenía de la denominación que le daban a la parroquia: doctrina). El acontecimiento llegó a oídos de los vecinos, quienes buscaron saber qué había de cierto en el relato. Exactamente el 15 de agosto de 1700 la niña se encontraba en compañía de la señora y su hijo, cuando irrumpieron en escena sus padres y los vecinos. Inmediatamente la señora y el niño subieron lentamente a los cielos. Todos los presentes entonces preguntaron: “¿Dónde está la señora?”. La pastorcita les respondió en quechua mientras señalaba con el dedo a lo lejos: “­Ork'o piña!, ­Ork'o piña!”, que quiere decir “Ya está en el cerro”.

    Todos se dirigieron hacia el lugar donde la señora tomaba asiento con el niño en brazos y allí encontraron la imagen de la Virgen María de Urkupiña, venerada desde aquella época y trasladada al templo matriz de Quillacollo donde se encuentra en la actualidad.

    Su llegada a Salta

    La primera imagen de la Virgen de Urkupiña llegó a Salta a la iglesia del Pilar hace doce años, traída desde Quillacollo por el padre Emilio Lamas, el diácono Justo Ciares y un grupo de laicos. El actual párroco de la iglesia custodia de esta advocación, Raúl Javier Mamaní aclaró algunos malentendidos en torno de este culto. Señaló que en el propio génesis del culto de la Virgen van surgiendo elementos propios de la cultura andina, lo que no significa que no haya nacido en un ambiente de la Iglesia Católica y que está muy alejado de la realidad que se trate de una devoción pagana que el cristianismo absorbió. Otra cuestión a esclarecer es emparentar las gracias por las que intercede la Virgen solo a cuestiones materiales. “Aquel que le pide expresa su pedido en una especie de souvenir, durante el calvario, y ello se manifiesta en miniaturas, en pequeños camiones o casas; pero los pedidos no son solo materiales y no está mal que sean cosas materiales si me van a ayudar a dignificar mi vida o a obtener una herramienta de trabajo”, expresó. También se refirió a las excelsas comidas, bebidas y bailes, propios y característicos del folclore que acompañan la devoción. “El problema es que se han ido introduciendo elementos que pueden dañar y desfigurar la fiesta. Es normal en toda cultura y toda religión celebrar porque se me ha cumplido un pedido. La gente celebra y agradece, pero debe hacerlo sin excesos como los fuegos artificiales y las bombas de estruendo, que molestan a aquellos que no comparten la devoción a la Virgen y se sienten afectados e invadidos por esto”, aclaró. Consultado acerca de la inquietud de algunos fieles, que manifiestan encontrar reticencia en los propios sacerdotes a bendecir las imágenes de la Virgen, expresó que “la misión de la Iglesia es lograr que la fe cale lo más profundo posible en los corazones de los fieles y acompañar esta fe que no debe quedarse en una fe de cotillón, sino que debe ir madurando y manifestarse en los valores de Jesucristo”.

    Una semana dedicada a la fiesta

    La festividad en honor a la Virgen de Urkupiña abarca una serie de eventos que marcan la vida en Quillacollo durante julio y agosto. En las celebraciones se conjugan tradiciones indígenas con la solemnidad propia de los ritos católicos y una gran muestra de variedades folclóricas.

    Los actos centrales empiezan con la entrada folclórica el 14 de agosto, un desfile de millares de bailarines disfrazados. Las fraternidades o grupos de danzarines de caporales, morenos, tinkus, diabladas y otras danzas, acompañados por bandas de música, se expresan con sus movimientos organizados y el colorido de los trajes y las máscaras. Ellos comienzan su recorrido a media mañana y en ocasiones los últimos grupos terminan de hacer su presentación ya despuntando las primeras horas de la madrugada.

    El 15 se celebra la misa central en la iglesia de San Ildefonso. A su término se inicia la procesión con la imagen de la Virgen de Urkupiña por las calles del centro de la ciudad de Quillacollo y la repetición de la entrada folclórica.

    El 16 la fiesta culmina con la romería popular donde, según la tradición, se apareció la Virgen. Los feligreses parten a tempranas horas de la madrugada desde la ciudad de Cochabamba en una gran romería hacia el municipio de Quillacollo. Una vez allí, después de escuchar la misa vespertina, se dirigen hacia el cerro Quta (Calvario), con lo que cumplen un recorrido de 16 kilómetros. En el calvario se realizan ritos, como la extracción de pedazos de piedra, en señal de préstamo de bienes espirituales y materiales.

    Organización de esclavos y padrinos 

    Los festejos de los residentes bolivianos y de los salteños que son devotos de Nuestra Señora de Urkupiña no se circunscriben a la semana del 15 de agosto, sino que cruzan las fronteras del mes e incluso rozan noviembre. Esto sucede porque cada pasante, denominación que recibe quien patrocina y organiza la mayor parte de las actividades de cada fiesta particular, quiere celebrar la gracia que le fue concedida por intercesión de la Virgen. También año a año se multiplican los esclavos, es decir, los dueños de las imágenes, y los padrinos, quienes se comprometen a aportar dinero y mano de obra para la fiesta, altar, estandarte, hábito, escapulario, fuegos artificiales, souvenires, cotillón, recuerdos, tortas, tarjetas, filmación, cena de la última noche de novena, etc. Para que las celebraciones se materialicen están presentes tres actos de intercambio: dar, recibir y devolver.

    Los devotos asumen un compromiso férreo con la Virgen y muchos creen que ella les corresponde a todos sus devotos en igual medida de lo que éstos le brindaron, ya que da préstamos y concede bienes; pero, al mismo tiempo, obliga a devolverlos con intereses, amenaza con castigar la falta de cumplimiento y esta punición se traduce en la pérdida de objetos materiales y del trabajo.

    Proponen construir un templo para la Virgen

    El chofer de remises Roque López encabeza un grupo de devotos salteños de la Virgen de Urkupiña cuyo objetivo es crear una fundación que lleve el nombre de esta advocación mariana. Dice que en nuestra provincia el culto a la “mamita de Quillacollo” viene en franco incremento y calcula que este año peregrinaron hasta esa ciudad unos 4.500 salteños. Además, con un grupo de 800 personas está trabajando para cumplir la primera misión que le autoimpusieron a la fundación: erigir la iglesia de la Virgen en Salta. Incluso están evaluando pedir la donación de un terreno al Gobierno de la Provincia.

    “La iglesia que está en Cochabamba tampoco es de ella, es de San Ildefonso, y sé que también hay un proyecto allá, pero está llevando mucho tiempo. Sería muy grato ser los primeros e invitar a los párrocos bolivianos a que vengan a inaugurarla”, expone. Ya están tramitando la personería jurídica y buscando apoyo gubernamental para concretar esta obra. “Hago hincapié en que no se trata de pedir dinero, sino de que cada devoto vaya participando y coloque un ladrillo. Acá la Virgen debe tener muchos albañiles para la mano de obra, así el día de mañana todos pueden decir: "Yo puse un ladrillo acá en la iglesia'”, explica.

    Pero los proyectos no se agotan allí: también quieren traer la imagen de la Virgen de Quillacollo a la Catedral Basílica de Salta, antes de que se inicie la novena del próximo año, para que los fieles de aquí que no tienen condiciones económicas para viajar a Bolivia puedan venerarla.

    Roque, al igual que otros devotos, atribuye enormes mudanzas en su vida a la intercesión de la Virgen. Afirma que ella le ha concedido varias gracias: posibilitó que él tuviera su empresa de remises y que su mujer quedara embarazada. “Es algo que te pasa y no hay palabras para descifrar las cosas que te da”, sintetiza.

    Los “males” de Urkupiña

    Sin embargo, no es ajeno a la polémica en torno de los festejos y recuerda que hubo un tiempo en que él mismo se disgustaba, cuando era colectivero y quedaba atrapado por estas manifestaciones de fe durante horas pico, aunque los horarios por cumplir lo apremiaran. Por eso hoy reflexiona: “No sería tan dramático si se ocupara media calzada para evitar el choque con la gente o hablar a la Policía de Tránsito para que organice el tráfico. El 911 nos dio una mano enorme en varias oportunidades, no porque se lo hayamos pedido sino espontáneamente”. Sobre el uso de pirotecnia opina que “está en todos lados. Si hay que reglamentarlo, habría que hacerlo para todos. Es verdad que las bombas de estruendo molestan mucho. Tendríamos que ser más prudentes porque algunos en cada esquina tiran una bomba. Pero si la ley es justa para todos no habría problema. Se tiran bombas año redondo por partidos de fútbol”. Finalmente, confía en que “a través de la fundación vamos a buscarle una solución para que la gente esté tranquila".

    Vestida por un salteño para la fiesta central

    La Virgen de Urkupiña resulta llamativa entre otras advocaciones marianas, por la diversidad y colorido de su atuendo. En Quillacollo la imagen cambia de vestimenta durante los actos centrales, que se realizan entre el 14 y 16 de agosto. Aunque también luce diferente el 13, cuando se efectúa la entrada autóctona; el 14, cuando se cumple la entrada folclórica; el 15, cuando se celebra la misa, y el jueves 16, cuando se lleva a cabo la peregrinación al calvario.

    Este año un vestido realizado en raso francés de color manteca suave bordado con hilo dorado y marrón dorado, con aplicaciones de cristal turquesa y rojo e incrustaciones de swarovski fue elegido en Quillacollo (Bolivia), para engalanar a la Virgen de Urkupiña durante la procesión, entre decenas de vestimentas donadas, provenientes de varios países.

    El diseñador de modas salteño Walter Luis fue quien confeccionó la capa. Walter cuenta que invocó el nombre de la Virgen de Urkupiña hace cuatro años, por un problema de salud. Concedida la gracia que le había solicitado se convirtió en promesante y hasta hoy “es un sentimiento tremendo que tengo por esa Virgen. Hace tres años que voy a Quillacollo a rendirle homenaje. Pero le rindo homenaje a mi manera. Voy a visitarla a ella allá, rezo allá, voy al calvario...”, relata. El trabajo que donó demandó horas y horas de dedicación de Carolina López, quien cosió el vestido, y de las bordadoras Adelia María Cercueti y Elba Portocarrero, responsables de las aplicaciones y el montaje. “Fui con el vestido y lo pusimos sobre una mesa, y estaban los padres y diáconos, los ayudantes, las hermanas. Ellos vieron que era un vestido muy fino, porque no lo cargamos, y el ropaje del niño era todo trabajado en hilos dorados entrecruzados. Les gustó y decidieron que ese sería el vestido que llevaría. Fue el halago más grande que me hicieron en mi vida”, concluye, emocionado.

    El Tribuno

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